jueves, 12 de abril de 2012

Bogotá recóndita

Dedicado al Petrit-Pan que hay en ti...

Sin darme cuenta, todo empezó el día que me fuí para Buenos Aires. Gota a gota, a lo largo de los últimos años se ha asentado en mi,  la necesidad de explorar a fondo todo aquello que antes me parecia normal. Cada vez que vuelvo a Colombia me resulta una aventura ir a probar cosas que antes no hubiera siquiera considerado comestibles, en lugares a los que tampoco hubiera entrado. Lo más raro es que lo hago sin mesura y con gran placer. Es un poco como extrañar los otrora odiados vallenatos,a veces, mientras viajo en los silenciosos trenes alemanes.

El último Diciembre, se me ocurrió hacer un recorrido intenso por la Bogotá oculta, esa que empieza más al sur de chapinero: enorme, bulliciosa y desconocida. Por supuesto no iba sola, para esos momentos de gula se necesita a alguien que además de comerse todos los platos típicos, comparta ese gusto por los personajes y lugares auténticos de una Bogotá sin poses ni remiendos, llenos de vibración.
Tal vez somos solo dos soñadores que intentan sacarle brillo la realidad destartalada que nos rodea y se resisten a crecer. Quizás no seamos solo dos... somos varios los que seguimos pensando entre otras cosas, que bailar es un tópico fundamental de la vida, cosa que para una considerable mayoría se reduce a banalidad.

Con este espíritu cándido de exploradores urbanos arrancamos el periplo.

9:00 am, carrera séptima con calle veintidós.

La jornada comienza con un desayuno típico en La Florida, punto de encuentro chirriadísimo del centro de la ciudad, ala. Un mesero sonriente y de corbatín nos sirve chocolate y aguadepanela, para pasar el tamal santandereano, el pan, la almojábana y el queso.


Desde el balcón del segundo piso que da a la séptima, no podemos ver nada pintoresco, solo locales vacios, aire gris, andenes rotos, pocos peatones. Aunque el paisaje no se presta para entusiasmar a nadie, nos vamos de septimazo para hacer roña hasta la hora del almuerzo.


Mientras tanto cae un aguacero, durante el cual nos refugiamos en la librería más cercana, filosofamos y recibo una cátedra sobre historia de la violencia en Colombia. Ya es hora de almuerzo,  pero todavía estamos llenos...
¿Qué hacemos?
Pues vamos a ver discos de salsa a la 19, lugar de perdición: ¡Gózalo! bugalú tropical-Asalto navideño-Los van-van-Omara Portuondo-Los hermanos Lebrón-Cosa nuestra-Willie Colón-Noro Morales...

¿Cuántos discos te faltan todavía?


2:00 pm, calle veintitrés con carrera quinta.



En el Envigadeño sirven tres platos: mondongo, bandeja paisa y cazuela de fríjoles. Cada uno más grasoso que el otro, de modo que en caso de almorzar aquí, resérvese el resto de la tarde para vegetar. Una entrada discreta, el interior a media luz, mesitas apretadas, cacharros colgando del techo y las mismas meseras de antes, de poncho y sombrero. Aunque siempre voy por la bandeja, esta vez me gana la curiosidad y pedimos una bandeja y una cazuela, no llegamos al extremo de pedir un mondongo.




Se repite la misma escena: traen arepitas con hogo para empezar, luego el refajo y luego montañas de fríjoles, arroz, patacones, chorizo, carne molida, ensalada de aguacate, chicharrón, chorizo y morcilla. Por lo menos cincomil calorías y una sobredosis de colesterol. No me convence la cazuela de fríjol, aunque los fríjoles estén buenísimos, me quedo con la bandeja.

Después de semejante exceso el bajativo ideal es un aguardientico antioqueño con limón: garantizado que les ayuda a "cortar" la grasa, en algún sentido de la palabra.


Luego vegetar.
Más filosofía. Más historia de Colombia. Otro aguacero. La séptima. La gente. Cómo es esto y aquello en Alemania ¡Mira el arcoiris! La librería Lerner. La candelaria. La Luis Angel. Las mismas calles andadas miles de veces, el tiempo que desaparece entre risas.



7:00 pm, calle once con carrera sexta.

Dicen que Manuelita Sáenz, la amante del libertador Simón Bolívar compraba golosinas en la Puerta falsa. Fundada en 1816, le ha servido chocolate santafereño a varias generaciones de cachacos. Además del chocolate, están la aguadepanela, las almojábanas, los infaltables tamales y los dulces: arroz con leche, postre de natas, brevas con arequipe, cocadas, mantecada.


Creo que su gran encanto radica en lo minúsculo del local, que hace siempre difícil encontrar donde sentarse. Al pan que acompaña las bebidas calientes le embadurnan margarina y no mantequilla, como reza la carta. Al preguntarle al dueño el porqué de esta inconsistencia, contesta con un monólogo sobre las amenazas para la salud que representa la mantequilla, a diferencia de las inocuas grasas hidrogenadas -cancerígenas por cierto, de las que está hecha la margarina. 

La conclusión que se deriva, es que nos engaña a los clientes con el propósito noble de velar en secreto por nuestra salud. Bastante curioso. Aunque juré no volver por este motivo, quizás sean más fuertes las ganas de sentarme otra vez en las mesitas de arriba, por el simple gusto de fisgonear a los que van llegando y de sentirme una vez más, transportada a una Bogotá de libro de historia.

 

8:00 pm, Plaza de Bolívar.

Niños con sus papás, policías, mendigos, ladrones, perros, palomas, vendedores de chuzos y mazorcas, todos reunidos alrededor del enorme árbol de luces, admirando la decoración de navidad. Me da no sé qué sacar la cámara...
-Tranquila, que eso no pasa nada.



11:00 pm, Avenida primera de Mayo con sesenta y nueve.




Después de atravezar la ciudad desierta hacia el sur y hacia el occidente, aparece un sector multitudinario y la que con seguridad, es la cuadra con el nivel más alto de contaminación auditiva del mundo. Una isla de ruido en medio de la noche callada y ríos de sordos.


A unas cuantas cuadras de allí está el Panteón de la salsa, un bar mediano en donde todos los fines de semana a ritmo de pachanga, charanga (estuve a punto de borrarla, pero la dejo con un propósito pedagógico: la charanga no es un ritmo sino un formato instrumental, acabo de ilustrarme), bugalú, mambo, salsa y son, se pueden ver bailarines tan buenos, como en ningún otro lugar de Bogotá. Si crees que sabes bailar, te invito para que vayas y veas que no es así, que nos falta mucho por aprender a mover.

Nos debatimos entre el oso que nos da bailar entre tanto maestro, las ganas y la mirada reprobadora del pobre santo que nos trajo hasta este perdedero en contra de su voluntad, solo por darle una oportunidad más a una relación que hace rato dejó de existir... pero bueno, eso es harina de otro costal. 

Parejas de todas las edades como la tía Chela y el tío Chepe, personajes salidos de crónica urbana, melómanos rezagados en otra época, la personificacíón perfecta de Kurt Russell en su look ochentoso, bailarines acrobáticos -incluso sobre una sola pierna y una muleta; lo que además, condecora la noche con un mensaje de esperanza: cuando se quiere, se puede.

 La noche se va calentando de ron en ron -el precio de la botella después de cierta hora es negociable- y depronto empieza a flotar un aire de hermandad en el ambiente. -Si quieres aprender a bailar así, ven más seguido, que bailando aprendes, no damos clases; si quieres saber donde fabrican estos zapatos, ven más seguido y depronto te contamos...

Un pequeño mundo con privilegios reservados para sus miembros habituales.

Semanas más tarde, le insistimos sin resultado a Paola, la mejor bailarina de la noche, para que nos enseñe un poco de su arte.
Ahora, a kilómetros de distancia, me he dado cuenta de que no puedo volver a pisar el panteón para pasar más vengüenzas; es por esto que he comenzado desde ya a practicar un método de aprendizaje paso-a-paso que encontré en youtube.


3:xx am, Algún lugar lejos de cualquier dirección  reconocible.


De la mano de Kurt, nuestro amigo con pinta de galán de película de acción, nos bajamos de un taxi en una calle oscurísima y desolada, ni siquiera hay perros que ladren. Todo duerme menos el último piso de un edificio de barrio, donde por cuatro mil pesos se puede entrar a la sede rumbera de la asociación de coleccionista y melómanos de Bogotá, quién lo creyera ¡!

Un salón vacío, la misma música pegajosa, los mismos bailarines desaforados, miradas entre perdidas y ojerosas,  aguardiente con cara de adulterado y un señor que me saluda...
¿me saluda?
No a mi, sino al hijo de sus compadres. El señor es el dueño de Galería café libro, lugar tradicional de la salsa en el otro extremo de la ciudad. El tiempo se esfuma de vuelta en vuelta, la salsa nos envuelve.

-Ala, qué cosas¡!
Ya viene amaneciendo, el sol ya nos alumbraaa...

Temprano, calle cincuenta y siete con carrera veinte.

Como si todos los platos típicos del día anterior, o mejor dicho, de la primera parte de este día que aún no termina, no hubiesen bastado para nutrirnos, antes de ir a dormir, se nos hace imprescindible desayunar. Y no cualquier yogur dietético con Special-K, no.
Una noche como la de anoche exige un cierre contundente.


Ya en terrenos reconocibles de la ciudad, el Cañón del Chicamocha nos espera a nosotros y a toda su nutrida clientela de trasnochados, con sus caldos de costilla humeantes y las arepas más ricas que existen -después, de las de la tía Lita. Claro que éstas tienen al lado del caldo, propiedades resucitantes.

Con este desayuno, recopilo la prueba final para poder asegurar que el tamal es es plato más típico de Bogotá. No es el sushi, no es el lomo al trapo, tampoco el ajiaco. El tamal es el rey del día y la noche, mucho más versátil que un cuchuco o una mazamorra porque se come al desayuno, al almuerzo, a las onces o a la comida -o como en este caso- en todas las anteriores. 

Por físico agotamiento y llenura, aquí termina el recorrido que no termina, porque siempre lo vamos a volver a recorrer...
-¿No cierto?






















1 comentario:

  1. Definitivamente la mejor entrada que tuvo este blog, lástima que ande tan abandonado...

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