jueves, 12 de abril de 2012

Bogotá recóndita

Dedicado al Petrit-Pan que hay en ti...

Sin darme cuenta, todo empezó el día que me fuí para Buenos Aires. Gota a gota, a lo largo de los últimos años se ha asentado en mi,  la necesidad de explorar a fondo todo aquello que antes me parecia normal. Cada vez que vuelvo a Colombia me resulta una aventura ir a probar cosas que antes no hubiera siquiera considerado comestibles, en lugares a los que tampoco hubiera entrado. Lo más raro es que lo hago sin mesura y con gran placer. Es un poco como extrañar los otrora odiados vallenatos,a veces, mientras viajo en los silenciosos trenes alemanes.

El último Diciembre, se me ocurrió hacer un recorrido intenso por la Bogotá oculta, esa que empieza más al sur de chapinero: enorme, bulliciosa y desconocida. Por supuesto no iba sola, para esos momentos de gula se necesita a alguien que además de comerse todos los platos típicos, comparta ese gusto por los personajes y lugares auténticos de una Bogotá sin poses ni remiendos, llenos de vibración.
Tal vez somos solo dos soñadores que intentan sacarle brillo la realidad destartalada que nos rodea y se resisten a crecer. Quizás no seamos solo dos... somos varios los que seguimos pensando entre otras cosas, que bailar es un tópico fundamental de la vida, cosa que para una considerable mayoría se reduce a banalidad.

Con este espíritu cándido de exploradores urbanos arrancamos el periplo.

9:00 am, carrera séptima con calle veintidós.

La jornada comienza con un desayuno típico en La Florida, punto de encuentro chirriadísimo del centro de la ciudad, ala. Un mesero sonriente y de corbatín nos sirve chocolate y aguadepanela, para pasar el tamal santandereano, el pan, la almojábana y el queso.


Desde el balcón del segundo piso que da a la séptima, no podemos ver nada pintoresco, solo locales vacios, aire gris, andenes rotos, pocos peatones. Aunque el paisaje no se presta para entusiasmar a nadie, nos vamos de septimazo para hacer roña hasta la hora del almuerzo.


Mientras tanto cae un aguacero, durante el cual nos refugiamos en la librería más cercana, filosofamos y recibo una cátedra sobre historia de la violencia en Colombia. Ya es hora de almuerzo,  pero todavía estamos llenos...
¿Qué hacemos?
Pues vamos a ver discos de salsa a la 19, lugar de perdición: ¡Gózalo! bugalú tropical-Asalto navideño-Los van-van-Omara Portuondo-Los hermanos Lebrón-Cosa nuestra-Willie Colón-Noro Morales...

¿Cuántos discos te faltan todavía?


2:00 pm, calle veintitrés con carrera quinta.



En el Envigadeño sirven tres platos: mondongo, bandeja paisa y cazuela de fríjoles. Cada uno más grasoso que el otro, de modo que en caso de almorzar aquí, resérvese el resto de la tarde para vegetar. Una entrada discreta, el interior a media luz, mesitas apretadas, cacharros colgando del techo y las mismas meseras de antes, de poncho y sombrero. Aunque siempre voy por la bandeja, esta vez me gana la curiosidad y pedimos una bandeja y una cazuela, no llegamos al extremo de pedir un mondongo.




Se repite la misma escena: traen arepitas con hogo para empezar, luego el refajo y luego montañas de fríjoles, arroz, patacones, chorizo, carne molida, ensalada de aguacate, chicharrón, chorizo y morcilla. Por lo menos cincomil calorías y una sobredosis de colesterol. No me convence la cazuela de fríjol, aunque los fríjoles estén buenísimos, me quedo con la bandeja.

Después de semejante exceso el bajativo ideal es un aguardientico antioqueño con limón: garantizado que les ayuda a "cortar" la grasa, en algún sentido de la palabra.


Luego vegetar.
Más filosofía. Más historia de Colombia. Otro aguacero. La séptima. La gente. Cómo es esto y aquello en Alemania ¡Mira el arcoiris! La librería Lerner. La candelaria. La Luis Angel. Las mismas calles andadas miles de veces, el tiempo que desaparece entre risas.



7:00 pm, calle once con carrera sexta.

Dicen que Manuelita Sáenz, la amante del libertador Simón Bolívar compraba golosinas en la Puerta falsa. Fundada en 1816, le ha servido chocolate santafereño a varias generaciones de cachacos. Además del chocolate, están la aguadepanela, las almojábanas, los infaltables tamales y los dulces: arroz con leche, postre de natas, brevas con arequipe, cocadas, mantecada.


Creo que su gran encanto radica en lo minúsculo del local, que hace siempre difícil encontrar donde sentarse. Al pan que acompaña las bebidas calientes le embadurnan margarina y no mantequilla, como reza la carta. Al preguntarle al dueño el porqué de esta inconsistencia, contesta con un monólogo sobre las amenazas para la salud que representa la mantequilla, a diferencia de las inocuas grasas hidrogenadas -cancerígenas por cierto, de las que está hecha la margarina. 

La conclusión que se deriva, es que nos engaña a los clientes con el propósito noble de velar en secreto por nuestra salud. Bastante curioso. Aunque juré no volver por este motivo, quizás sean más fuertes las ganas de sentarme otra vez en las mesitas de arriba, por el simple gusto de fisgonear a los que van llegando y de sentirme una vez más, transportada a una Bogotá de libro de historia.

 

8:00 pm, Plaza de Bolívar.

Niños con sus papás, policías, mendigos, ladrones, perros, palomas, vendedores de chuzos y mazorcas, todos reunidos alrededor del enorme árbol de luces, admirando la decoración de navidad. Me da no sé qué sacar la cámara...
-Tranquila, que eso no pasa nada.



11:00 pm, Avenida primera de Mayo con sesenta y nueve.




Después de atravezar la ciudad desierta hacia el sur y hacia el occidente, aparece un sector multitudinario y la que con seguridad, es la cuadra con el nivel más alto de contaminación auditiva del mundo. Una isla de ruido en medio de la noche callada y ríos de sordos.


A unas cuantas cuadras de allí está el Panteón de la salsa, un bar mediano en donde todos los fines de semana a ritmo de pachanga, charanga (estuve a punto de borrarla, pero la dejo con un propósito pedagógico: la charanga no es un ritmo sino un formato instrumental, acabo de ilustrarme), bugalú, mambo, salsa y son, se pueden ver bailarines tan buenos, como en ningún otro lugar de Bogotá. Si crees que sabes bailar, te invito para que vayas y veas que no es así, que nos falta mucho por aprender a mover.

Nos debatimos entre el oso que nos da bailar entre tanto maestro, las ganas y la mirada reprobadora del pobre santo que nos trajo hasta este perdedero en contra de su voluntad, solo por darle una oportunidad más a una relación que hace rato dejó de existir... pero bueno, eso es harina de otro costal. 

Parejas de todas las edades como la tía Chela y el tío Chepe, personajes salidos de crónica urbana, melómanos rezagados en otra época, la personificacíón perfecta de Kurt Russell en su look ochentoso, bailarines acrobáticos -incluso sobre una sola pierna y una muleta; lo que además, condecora la noche con un mensaje de esperanza: cuando se quiere, se puede.

 La noche se va calentando de ron en ron -el precio de la botella después de cierta hora es negociable- y depronto empieza a flotar un aire de hermandad en el ambiente. -Si quieres aprender a bailar así, ven más seguido, que bailando aprendes, no damos clases; si quieres saber donde fabrican estos zapatos, ven más seguido y depronto te contamos...

Un pequeño mundo con privilegios reservados para sus miembros habituales.

Semanas más tarde, le insistimos sin resultado a Paola, la mejor bailarina de la noche, para que nos enseñe un poco de su arte.
Ahora, a kilómetros de distancia, me he dado cuenta de que no puedo volver a pisar el panteón para pasar más vengüenzas; es por esto que he comenzado desde ya a practicar un método de aprendizaje paso-a-paso que encontré en youtube.


3:xx am, Algún lugar lejos de cualquier dirección  reconocible.


De la mano de Kurt, nuestro amigo con pinta de galán de película de acción, nos bajamos de un taxi en una calle oscurísima y desolada, ni siquiera hay perros que ladren. Todo duerme menos el último piso de un edificio de barrio, donde por cuatro mil pesos se puede entrar a la sede rumbera de la asociación de coleccionista y melómanos de Bogotá, quién lo creyera ¡!

Un salón vacío, la misma música pegajosa, los mismos bailarines desaforados, miradas entre perdidas y ojerosas,  aguardiente con cara de adulterado y un señor que me saluda...
¿me saluda?
No a mi, sino al hijo de sus compadres. El señor es el dueño de Galería café libro, lugar tradicional de la salsa en el otro extremo de la ciudad. El tiempo se esfuma de vuelta en vuelta, la salsa nos envuelve.

-Ala, qué cosas¡!
Ya viene amaneciendo, el sol ya nos alumbraaa...

Temprano, calle cincuenta y siete con carrera veinte.

Como si todos los platos típicos del día anterior, o mejor dicho, de la primera parte de este día que aún no termina, no hubiesen bastado para nutrirnos, antes de ir a dormir, se nos hace imprescindible desayunar. Y no cualquier yogur dietético con Special-K, no.
Una noche como la de anoche exige un cierre contundente.


Ya en terrenos reconocibles de la ciudad, el Cañón del Chicamocha nos espera a nosotros y a toda su nutrida clientela de trasnochados, con sus caldos de costilla humeantes y las arepas más ricas que existen -después, de las de la tía Lita. Claro que éstas tienen al lado del caldo, propiedades resucitantes.

Con este desayuno, recopilo la prueba final para poder asegurar que el tamal es es plato más típico de Bogotá. No es el sushi, no es el lomo al trapo, tampoco el ajiaco. El tamal es el rey del día y la noche, mucho más versátil que un cuchuco o una mazamorra porque se come al desayuno, al almuerzo, a las onces o a la comida -o como en este caso- en todas las anteriores. 

Por físico agotamiento y llenura, aquí termina el recorrido que no termina, porque siempre lo vamos a volver a recorrer...
-¿No cierto?






















martes, 10 de abril de 2012

La receta secreta

Han pasado meses desde que escribí la última vez. Tantas experiencias nuevas no se terminan de digerir de un día al otro, pero ahora es momento de devolver con palabras el cariño recibido, con agradecimiento las vivencias y con recetas los sabores disfrutados; a los han querido compartir conmigo dichas y desdichas, risas, comilonas. Y como lo prometido es deuda y en este caso, una deuda que de corazón quiero saldar: vuelvo al blog, como se vuelve siempre al amor....  así, como quien dedica un tango.

Querida Ale:

me faltaban las ideas para aportar algo lo suficientemente creativo, divertido, bonito o valioso para que tu mami lo pusiera de mi parte en el baúl que planea cerrar por catorce años, a partir de mañana, hasta el día en que -oh margot! cumplas quince y nosotras... bueno no quiero ni pensarlo.
Así que se me ocurrió contarte de manera no cronológica, qué pasó durante los días que estuvimos en Popayán preparándonos para tu bautizo. Espero no aburrirte con estas cosas anticuadas de los blogs, ni cometer demasiadas ni muy pocas indiscreciones acerca de todos los que participaron, cocinaron o acompañaron para la fecha.

Aunque podríamos escribir una novela inspirados en tu familia, nos vamos a concentrar en la trama culinaria del evento, después en algún minuto, podríamos continuar con el resto.

En la familia de tu mamá abundan las mujeres.

Si claro, están tus tíos y tus primos, tu abuelo. Pero definitivamente ellos son una excepción. Los ritmos de la casa de tu abuela los marcan los tiempos que transcurren entre comida y comida, entre mercado y mercado, entre visita y visita, todas, tareas milenarias hechas por las mujeres.
  

Es una casa grande donde las mejores cosas pasan: en la terraza de la entrada, escenario de campeonatos dominicales de rana y para el pesebre de tamaño casi natural donde cada diciembre se reza la novena de aguinaldos; si se está atento y callado,también hay mucha acción en el listón de madera donde les ponen frutas a los pájaros que vienen de los bosques vecinos a comer, a cantar y a exhibir sus plumajes coloridos. En cualquier momento del día,pasan cosas interesantísimas en la cocina -por supuesto.


 Allí, se cocina para mucha gente, sin saber con exactitud cuántos y quiénes se sentarán a la mesa cada día. Sin saberse como, parece que siempre alcanza y además, que todo el mundo queda contento con las delicias que las tías Lita y Chela sacan de su cocina. Las dos son mujeres dulces, una mezcla extraña de ángeles y hechiceras, que por las cosas de la vida y de la abuela dedicaron sus ímpetus a la crianza de sobrinos y al perfeccionamiento de la sazón de sus comidas, con la consecuencia de que todo el mundo las quiere, les agradece y de que, para bien y a veces para mal, las ven como una parte constitutiva de la casa de la abuela.
Intenté infiltrarme en los momentos decisivos de las comidas en su cocina y aún así, obtuve solo pocas revelaciones.

Las arepas de peto de la tía Lita

A la tía Lita la conocí hace casi tantos años como a tu mamá y me acuerdo de ella por las masitas fritas adictivas que hacía cada vez que estaba de visita en Bogotá. Fué en casa de tu mami que por primera vez probé cosas tan exóticas para la Bogotá de aquella época, como el champús y los tamales de pipián.

Volviendo a las arepas, son sin duda las mejores que se pueden encontrar. Intenté sacarle el secreto de la receta a la tía Lita, pero no logré ninguna pista concluyente. Aparentando no ocultar misterio alguno, me dijo la tía que se pela el maíz con lejía, se remoja uno o dos días antes, se muele y se le mezcla queso, se hacen las arepas, se asan y listo. Si es verdad que eso es todo, me quedo pensando que las mejores cosas de la vida son las más simples. Solo me queda asegurarte que son las arepas más ricas que he probado.

El guiso de uyucos de la tía Chelita


Chelita tiene el brillo de una quinceañera -como tu, en la mirada. Diría que además de ese brillo, tiene el corazón sensible y la risa pícara de un alma juvenil en cuerpo de señora. Parece que ha cocinado desde siempre y conoce de memoria las recetas de todo lo que se me ocurrió preguntarle. Me siento identificada con su frustración frente al mínimo indicio de insatisacción con su comida, que se manifiesta en una tristeza tan profunda como el despecho de cualquier enamorada no correspondida.

Intenté acompañarla mientras hacía el guiso de uyucos para el almuerzo, pero no me dejó ni olerlos... hasta que no estuvieron listos. Luego en tono conciliador, me dijo que llevaban cebolla, tomate, yerbas, carne y uyucos, claro; pero estoy muy segura de que esa receta sigue a salvo de cualquier curioso. Los uyucos estaban exquisitos, desaparecieron antes de que hubiera alcanzado a pedir repetición. Como me fui de Popayán el 18 de Diciembre, me perdí la preparación de los tamales y de los dulces navideños de breva y de limón. Luego Jorge, el esposo de tu tía Paola, me llevó una encomienda de tamales a Bogotá, tan ricos que me hicieron prometer, que a la próxima que vaya, me quedo por lo menos hasta el 22.

La torta del bautizo

Al dúo dinámico de Lita y Chela, se le sumó por motivo de tu bautizo, la tía Olga. Voló desde Montreal para preparar la torta más esponjosa y rica que te puedas imaginar. Con tu mamá estuvimos a punto de devorar hasta las últimas migajas de lo que quedó después de la fiesta... menos mal fueron como cien invitados... si no, qué habría sido de nosotras entre tanto tamal, tanta arepa, tanto champús y encima, la torta. De la preparación de la torta solo me perdí algunos minutos, en los que me juraron las tías, no habían hecho nada adicional con la masa.

Así que en teoría, si seguimos las instrucciones que aparecen a continuación al pie de la letra, podríamos reproducir esta torta que según cuenta la historia, fue traida por una amiga monjita que llegó hasta el Vaticano y que, conociéndola como la preferida del mismísimo papa, no dudo en traerse la receta y entregársela a Olguita para institucionalizarla como la pastelera de las ocasiones.
Como se trata de una receta secreta, no existen medidas en gramos de la mayoría de los ingredientes, así que las proporciones que anoté, fueron en realidad mis propias interpretaciones de lo que ví. Es posible que de esta manera, la receta original siga a salvo de nosotras.

Ingredientes necesarios para dos tortas enormes y algunas pequeñas de prueba

2    tías amorosas dispuestas a picar, rallar y amasar suavecito por ocho horas contínuas
2 libras de mantequilla
2 libras de azúcar
20 huevos
un chorro y medio vaso generoso de vino moscatel de pasas
otro chorro generoso de brandy
una cucharada de esencia de vainilla
1 coco fresco
1 taza de uvas pasas
1 taza de ciruelas pasas
1/2 taza de brevas caladas
ralladura de una naranja
jugo de 3 naranjas
ralladura de 5 limones
3/4 taza de nueces
1 cucharadita de polvo de hornear
2 libras de harina de trigo cernida



1. Conviene comenzar por pelar y rallar finamente el coco que además se pone en el techo de la casa para que se oree, así como también se hace con la harina cernida. Estar pendiente en caso de lluvia.










2. Luego se pican la nueces, las ciruelas, las brevas; se rallan y se exprimen las naranjas y se rallan los limones, se separan las claras de las yemas. La mitad de las pasas se remoja en medio vaso de vino. También se enmantecan y enharinan los moldes que van a usarse para hornear las tortas.




3. En un recipiente gigante una de las tías ablanda la mantequilla con el calor de su mano y lentos movimientos envolventes en un solo sentido. No sirven los atajos, nada de microondas ni de movimientos desesperados. No importa cuanto tiempo sea necesario.
4. Cuando la mantequilla parezca crema, la otra tía va agregando el azúcar de a poco. No lo puede hacer la misma tía que bate, porque no se puede sacar la mano  de la masa y volverla a meter. Se puede cortar la masa y eso arruinaría la consistencia de la torta. De a poco la primera tía, va incorporando el azúcar y la mantequilla, hasta obtener una crema en la que se han diluido completamente los granos de azúcar.


5. En seguida me perdí algunos minutos, en los que aparentemente solo le agregaron las yemas una a una, jugo de naranja y las ralladuras de naranja y limón, mezclando siempre con suavidad, en el mismo sentido y con la misma mano.

6. Cuando volví, era el turno del vino moscatel y el brandy, seguidos por las uvas remojadas en vino y el coco.
7. Cuando todo lo anterior parezca bien diluido, se agrega de a poco la harina cernida mezclada con el polvo de hornear, que también debe incorporarse con suma delicadeza, siempre dando pequeños vuelcos a la masa, para ir envolviendo el ingrediente que se quiere incorporar.

8. Paralelamente al anterior paso, algún tercero -en este caso tu papá- debe batir las claras a punto de nieve, para que una vez incorporada la harina, pueda incorporarse la clara, con aún mayor delicadeza que todo lo anterior. Lentamente, sin apuro, cubriendo cada copito de clara con otro tanto de masa, sin llegar a integrarlas completamente porque llegados a este punto, hay que evitar manosear mucho la torta. Tu mami me cuenta incluso que, cuando ella era niña, ni siquiera le estaba permitido mirar...hasta la mirada podía echar a perder la preparación; como los tiempos han cambiado, ahora incluso se le pueden tomar fotos sin que llegue a resentirse la masa!



9. Se pone a calentar el horno, como a 170° grados, arriba y abajo.
10. La tía que ha batido la masa, va acomodando por manotaditas la masa en el molde, sin violencia ni prisa, hasta llenar la tercera parte del molde. Encima, otras manos pueden colaborar repartiendo más o menos la mitad de las brevas, ciruelas, nueces y pasas picadas. Encima de esto, la tía reparte otra capa de masa, sobre la que se terminan de poner, empujándolas hacia adentro, el resto de frutas y nueces picadas.

11. Se llevan las tortas al horno por un tiempo prudencial... como una hora? o hasta que suban, tomen color dorado y la casa huela a pastelería.
12. Bueno al terminar de hornearse se dejan reposar para desmoldarlas, se prueban las que son de prueba y las otras, se decoran. Esta vez con un glaseado de azúcar y limón, y flores azucaradas del jardín de tu abuela. Prometo solemnemente que para la próxima torta, sustitiré el glaseado por una cubierta más estable.


Cuando la torta estuvo lista, estuvo todo lo demás casi a punto para tu bautizo. Solo faltaban las truchas, que encargadas por tu abuelo, viajaron solitas desde el Putumayo y se bajaron de una camioneta en la mitad de la carretera, en una noche lluviosa.

Los invitados

Muchas personas. Muchos primos, montones de tías y tíos, tus abuelos maternos, la abuela, tu mamá, tu papá, Mónica, Magdis, los mariachis y yo. Desde ya sabemos que eres muy sociable, tolerante a los disparates ajenos, demandante en el amor y que te encantan los abrazos y posar para la cámara. Nunca antes vi ni oí de un bebé tan dispuesto a pasar de brazo en brazo y soportar tanta foto sin protestar. No te cansaste a pesar de la sesión prolongada de poses, arrumacos y collages familiares. Prueba adicional de tu inclinación, es que te deprimiste tanto como tu mami cuando de vuelta en el D.F. se enfrentaron juntas a la soledad de la vida cotidiana, lejos de las multitudes y su efervescencia.


Y es que las vacaciones en Popayán fueron para ti, una maratón de emociones y de descubrimientos, encontraste tanto amor reunido para darte que me parece una estafa que haya durado tan poco. Claro que sigue estando, pero no es lo mismo saber que abrazar.

Junto con tu mami y la prima LuzA construimos la pequeña fantasía de volver las tres de donde residimos ahora -México, Canadá y Alemania, para estar todos juntos y olvidarnos de que alguna vez nuestros propios sueños nos llevaron tan lejos de lo que ahora extrañamos. Igual, estas cosas solo las vas a entender después de- o sea, los verdaderos alcances de lo que hagas solo los vas a comprender cuando ya estés tan inmersa en tu propio invento que no sepas, aunque talvez quieras, como volver atrás. Quizás porque en el fondo, nunca puedes volver completamente, no puedes decidir hacer distinto lo que ya pasó. Todo esto te parecerá filosofía barata y quizás tengas razón. Mejor volvamos a la fiesta...
Verde, fucsia y naranja.
Los colores que alegraron la casa de los tíos, todo traido del D.F. e inventado por tu mamá. Pensó en todo los detalles, hasta en las galletas de la suerte rellenas con papelitos: tu foto y al lado una frase linda del Principito -me salió a mi. Chocolates rellenos de tequila, cintas, guirnaldas, chupetas, bolsitas, globos... una miscelanea portátil.
Trucha ahumada del Putumayo, arroz verde, ensalada de aguacate con mango y papas con el ají de maní que originalmente acompañaba las yucas, lulada para tomar, mousse de maracuyá de postre- además de la torta, aguardiente para brindar, mariachis para conmover. Todo muy sabroso, qué llenura... al día siguiente para completar, nos fuimos de tour gastronómico por Popayán.

Y si vamos a enumerar cuántas cosas ricas tienes que probar cada vez que pases por Popayán y no estés con las tías, no te olvides de:
1. Los helados de paila. Son sutiles, livianos y a la vez intensos. Herencia de los tiempos en los que no habían llegado los refrigeradores y a lomo de mula, se bajaba hielo del nevado para enfriar una paila de cobre en la que se pone la mezcla de fruta y leche que al dar vueltas y vueltas termina convertida en un helado exquisito, que parece tener la propiedad de no llenar. Tengo un amigo que se comió cinco seguidos y quedó con ganas de más, pero como también había tamales, pues decidió calmar sus ganas de más helado con tamales.

 
2. Tamales! Como ya dije, no se pueden comparar los de tus tías con los que venden. Pero supongamos que en la casa ya se acabaron, entonces también en la heladería más cercana puedes encontrarlos. De la familia de los tamales, que se encuentran desde México hasta Argentina, los de pipían me parecen de una clase selecta. Son pequeños y muy elaborados. Dentro de una capa fina de masa de maíz añeja,se pone el suculento relleno de papa colorada, carnes y especias. Se sirven con ají de maní.

3. Empanaditas de pipían. Minúsculas y adictivas. Se piden por docenas y se comen por centenas. Lo mejor de todo es el ají de piña fresca rallada y cilantro, que vuelve refrescante el sabor de la masa de maíz y el relleno de papa colorada de las empanaditas. La mala noticia es que no se pueden hacer en otra parte, porque las papitas coloradas solo se dan allá.
4. Salpicón de mora y champús de lulo: para comer a cucharadas y acompañar las empanadas. Qué ganas me dieron de comerme un champús... pero lulos en Berlín? Imposible, aquí cae nieve hasta en Abril.
Y pare de contar, como siempre demasiadas calorías.
Fin del paseo...
Nada más odioso, no te parece? Bueno desde mi voz de psicóloga te diría que es normal y que todo pasa y que todo fluye. Pero igual, a los pequeños duelos por cada cosa que muere a cada instante que transcurre de nuestra vida, hay que agregarle los duelos más grandes. Uno de intensidad intermedia, es el del fin de las vacaciones en casa. Si; si un día vives lejos de tu familia, vas a entenderlo, aunque probablemente ahora mismo no haya cosa que desees más, que irte de vacaciones tan lejos de casa como puedas.
El síndrome de fin de las vacaciones en casa, a mi por lo menos, me empieza una semana antes de partir. Se me aguan los ojos ante cualquier pensamiento realista, empiezo a sentir en modo telenovela: todo me parece dramático; vuelvo a probar con compulsión todas las frutas y los amasijos, la bandeja paisa, el sancocho que sé que extrañaré. Cuando llega el día de partir, soy un manojo de emociones contradictorias que saben que la vida sigue, que la vida es bella, que están agradecidas por todas las experiencias vividas lejos de Colombia; pero que a la vez, desean no haber tenido nunca la brillante idea de salir del pequeño mundo en el que alguna vez se sintieron felizmente prisioneras.El remolino no para hasta algunos días después de aterrizar en el lugar de destino. Sigo desdoblada un par de semanas en las que mi mente sigue allá, mi cuerpo acá y mi corazón, volando todavía.
Desde que te conocí Ale, aprendí algo nuevo acerca de lo importante que es tu mamá para mi. De inmediato, desde que te vi en el aeropuerto envuelta en el rebozo rojo, colgando de tu mamá, sentí en la panza mariposas de ilusión. Te quiero porque existes y a pesar de las distancias.
Por eso esta vez fue doblemente odioso decir adiós-las quiero-estamos hablando-cuándo y dónde nos volveremos a ver?-cuídate mucho-te voy a extrañar-ven a visitarme-disfruta los días que te quedan. Toda una maratón psíquica para los seres sentimentales como nosotras.
Desde la fría primavera en Berlín, sintiéndose rara por escribir una carta con catorce años de anticipación y con la ilusión de que te guste,
Tu madrina.




lunes, 19 de septiembre de 2011

El corazón que a Triana va, nunca volverá...


Llevaba un buen tiempo aguardando a tener muchas ganas y la oportunidad de conocer un poco de la madre patria, España.
Llegó el momento y fue como estar en casa.
Sentí de cerca en qué nos parecemos, disfruté de poder comunicarme en nuestro idioma, no solo verbal, sino también de mirar, sonreir, gesticular, bromear en una esfera de comodidad cultural que no había experimentado antes fuera de Latinoamérica.

De todas las delicias que probé durante mi obligada pesquisa culinaria... qué puedo decir? mejor les dejo alguna receta que ya reproduje para que se hagan una idea propia. Antes de seguir, les pido que al final de todo, no olviden leer lo que está después de la receta!!

El sur de España estuvo ocupado por los árabes durante ocho largos siglos. De hecho no solamente el sur, pues llegaron incluso hasta los Pirineos, lo que pasa es que allí se quedaron menos tiempo, razón por la cual no es tan visible la huella que dejaron al marcharse. Una huella que aparte del buen clima, sirva quizás, para entender en parte las grandes diferencias culturales existentes entre España y el resto de Europa.


Nuestro idioma también se enriqueció al contacto con el mundo del islam, pues al haber sido en aquel momento una cultura superior, aportó innovaciones técnicas y en general, una mirada diferente a la del mundo cristiano que habitaba la penísula ibérica, expresada en miles de palabras nuevas que, como: alhaja, alcoba, almohada, aceituna, ajonjolí, albahaca, albaricoque, algarabía, almojábana, ámbar, alquimia, azafrán, azúcar, azahar, azulejo, azucena, berenjena, carcajada, elixir, lapizlázuli, limón, naranja, nenúfar, tamarindo, paraiso, hola y amén, nos resultan musicales...


Jerez...una ciudad que no me dejó ninguna impresión, porque estuve allí solamente unas horas, justo entre las dos y las cinco de la tarde, tiempo en el que todo y todos duermen la sagrada siesta. Di vueltas sin sentido, arrastrando mi maleta de rueditas al comienzo, luego cargándola, porque me sentía transgresora de la calma absoluta que reinaba, no quería despertar a nadie. Aún así encontré a un mozo despierto, que me trajo a la mesa tres tapas muy sabrosas: queso de oveja curado, carrillada -o sea mejillas, mofletes, cachetes- de cerdo, berenjena rellena de carne y bañada en salsa de tomate. Mmm ahí empezaron a gustarme las tapas: variadas, buenas, baratas, siempre acompañadas de una caña -de cerveza- o de una copa.

Entones, partí en tren hacia Sevilla. Poco menos de una hora, amenizada por las historias y las bromas de tres simpáticos chicos recién salidos de la secundaria... por un momento me sentí como de diesisiete otra vez... -es que el alma no envejece - en fin, me bajé contagiada de su entusiasmo juvenil... y ahí estaba: Sevilla y como canta el papito de Miguel Bosé "el corazón que a Triana va, nunca volverá- Sevillaa" pues efectivamente un pedacito del mío se quedó enredado en la belleza de la ciudad, pero sobretodo en la algarabía, el color de los azulejos y el carácter de Triana, el barrio que se encuentra, cruzando el río Guadalquivir, al frente del centro histórico.


Cuna de toreros, cantaores y bailaores flamencos,Triana conserva además aún viva la tradición alfarera que pintó de colores los rincones de la ciudad.
Hasta me dieron ganas de aprender al menos un poco de cerámica.
 
Estando en esas, me encontré por casualidad en una de las alfarerías, con un misterioso cuadro de azulejos con una taza y una greca con "Café de Colombia" y nuestra bandera. Al indagar un poco más, me encontré con su autora: una bella colombiana asentada desde hace años en Sevilla, que además de mostrarme el taller y contarme una parte de su vida, me dejó un cálido abrazo y el generoso ofrecimiento de alojarme en su casa, el día en que vuelva a esta encantadora ciudad.


Sevilla cuenta con una historia de novela: a parte de todas las invasiones y culturas que pasaron por la región desde tiempos remotos -cartaginenses, visigodos, musulmanes y hasta vikingos- en 1492 se convierte en el centro económico del imperio español, pues a su puerto llegaban las naves cargadas con todas las mercancías, el oro y la plata provenientes del nuevo mundo.

Desde la casa de contratación que fundaron allí los reyes católicos, se dirigían todas las expediciones y se controlaban las riquezas que llegaban de América. La fiesta se acabó en 1580 cuando a raíz de las pestes y la pérdida de navegabilidad del rio Guadalquivir, se traslada el monopolio a Cádiz. Claro que luego vendrían otra vez buenos tiempos para Sevilla, pero basta de historia, este relato está todavía muy dietético, no se vale.
Vamos ahora mejor, a las calorías.
Como algunos habrán de suponer, una de mis máximas motivaciones al visitar cualquier lugar nuevo, es la de probar sabores nuevos. Más específicamente, dulces nuevos y a partir de ellos, tratar de entender el origen y las razones de sus recetas, las costumbres y la mentalidad de sus creadores. Podrá parecer una exageración, pero creo que por ejemplo, se puede tener un retrato comparado muy revelador del carácter de los pueblos alemán, francés y español, si se ponen una al lado de la otra, sus pastelerías tradicionales. De demostrarlo me encargaré en una próxima entrega, ya tengo casi completo el archivo fotográfico que lo respalda.



En el centro de Sevilla, la calle Sierpes ondula entre tiendas que venden abanicos y mantones, sombrererías, una fantástica iglesia cuyo altar hace comprender en una mirada el concepto del barroco español, los almacenes de ropa que están en cualquier otra ciudad de Europa, pronto del mundo, y culmina con una magnífica pastelería: La campana.






Fundada hace cientos de años, ofrece una refinada variedad de dulces tradicionales, de los que solo llegué a probar tres: una cremosa milhoja rellena de turrón -8000 calorías-, una lengua almendrada y los maravillosos polvorones, masas quebradizas y aireadas con perfume de clavo de olor. Me llamó la atención no solo de estos polvorones, sino de otros que compré en el convento de clausura de Santa Inés a una monjita oculta por un torno de madera, que saben un poco a carne.
Qué raro -pensé. Enseguida caí en cuenta de que están hechos con manteca de cerdo, no con mantequilla, gusto al que estoy más habituada. En un paisaje tan árido donde difícilmente crecen pasturas, no tiene caso criar vacas y es gracias a ello que se cuenta en la región, con quesos de cabra y de oveja, carne de cerdo y jamones de excelente calidad, además de una serie de preparaciones dulces en las que como materia grasa se emplean la grasa de cerdo y el aceite de olivas.