lunes, 19 de septiembre de 2011

El corazón que a Triana va, nunca volverá...


Llevaba un buen tiempo aguardando a tener muchas ganas y la oportunidad de conocer un poco de la madre patria, España.
Llegó el momento y fue como estar en casa.
Sentí de cerca en qué nos parecemos, disfruté de poder comunicarme en nuestro idioma, no solo verbal, sino también de mirar, sonreir, gesticular, bromear en una esfera de comodidad cultural que no había experimentado antes fuera de Latinoamérica.

De todas las delicias que probé durante mi obligada pesquisa culinaria... qué puedo decir? mejor les dejo alguna receta que ya reproduje para que se hagan una idea propia. Antes de seguir, les pido que al final de todo, no olviden leer lo que está después de la receta!!

El sur de España estuvo ocupado por los árabes durante ocho largos siglos. De hecho no solamente el sur, pues llegaron incluso hasta los Pirineos, lo que pasa es que allí se quedaron menos tiempo, razón por la cual no es tan visible la huella que dejaron al marcharse. Una huella que aparte del buen clima, sirva quizás, para entender en parte las grandes diferencias culturales existentes entre España y el resto de Europa.


Nuestro idioma también se enriqueció al contacto con el mundo del islam, pues al haber sido en aquel momento una cultura superior, aportó innovaciones técnicas y en general, una mirada diferente a la del mundo cristiano que habitaba la penísula ibérica, expresada en miles de palabras nuevas que, como: alhaja, alcoba, almohada, aceituna, ajonjolí, albahaca, albaricoque, algarabía, almojábana, ámbar, alquimia, azafrán, azúcar, azahar, azulejo, azucena, berenjena, carcajada, elixir, lapizlázuli, limón, naranja, nenúfar, tamarindo, paraiso, hola y amén, nos resultan musicales...


Jerez...una ciudad que no me dejó ninguna impresión, porque estuve allí solamente unas horas, justo entre las dos y las cinco de la tarde, tiempo en el que todo y todos duermen la sagrada siesta. Di vueltas sin sentido, arrastrando mi maleta de rueditas al comienzo, luego cargándola, porque me sentía transgresora de la calma absoluta que reinaba, no quería despertar a nadie. Aún así encontré a un mozo despierto, que me trajo a la mesa tres tapas muy sabrosas: queso de oveja curado, carrillada -o sea mejillas, mofletes, cachetes- de cerdo, berenjena rellena de carne y bañada en salsa de tomate. Mmm ahí empezaron a gustarme las tapas: variadas, buenas, baratas, siempre acompañadas de una caña -de cerveza- o de una copa.

Entones, partí en tren hacia Sevilla. Poco menos de una hora, amenizada por las historias y las bromas de tres simpáticos chicos recién salidos de la secundaria... por un momento me sentí como de diesisiete otra vez... -es que el alma no envejece - en fin, me bajé contagiada de su entusiasmo juvenil... y ahí estaba: Sevilla y como canta el papito de Miguel Bosé "el corazón que a Triana va, nunca volverá- Sevillaa" pues efectivamente un pedacito del mío se quedó enredado en la belleza de la ciudad, pero sobretodo en la algarabía, el color de los azulejos y el carácter de Triana, el barrio que se encuentra, cruzando el río Guadalquivir, al frente del centro histórico.


Cuna de toreros, cantaores y bailaores flamencos,Triana conserva además aún viva la tradición alfarera que pintó de colores los rincones de la ciudad.
Hasta me dieron ganas de aprender al menos un poco de cerámica.
 
Estando en esas, me encontré por casualidad en una de las alfarerías, con un misterioso cuadro de azulejos con una taza y una greca con "Café de Colombia" y nuestra bandera. Al indagar un poco más, me encontré con su autora: una bella colombiana asentada desde hace años en Sevilla, que además de mostrarme el taller y contarme una parte de su vida, me dejó un cálido abrazo y el generoso ofrecimiento de alojarme en su casa, el día en que vuelva a esta encantadora ciudad.


Sevilla cuenta con una historia de novela: a parte de todas las invasiones y culturas que pasaron por la región desde tiempos remotos -cartaginenses, visigodos, musulmanes y hasta vikingos- en 1492 se convierte en el centro económico del imperio español, pues a su puerto llegaban las naves cargadas con todas las mercancías, el oro y la plata provenientes del nuevo mundo.

Desde la casa de contratación que fundaron allí los reyes católicos, se dirigían todas las expediciones y se controlaban las riquezas que llegaban de América. La fiesta se acabó en 1580 cuando a raíz de las pestes y la pérdida de navegabilidad del rio Guadalquivir, se traslada el monopolio a Cádiz. Claro que luego vendrían otra vez buenos tiempos para Sevilla, pero basta de historia, este relato está todavía muy dietético, no se vale.
Vamos ahora mejor, a las calorías.
Como algunos habrán de suponer, una de mis máximas motivaciones al visitar cualquier lugar nuevo, es la de probar sabores nuevos. Más específicamente, dulces nuevos y a partir de ellos, tratar de entender el origen y las razones de sus recetas, las costumbres y la mentalidad de sus creadores. Podrá parecer una exageración, pero creo que por ejemplo, se puede tener un retrato comparado muy revelador del carácter de los pueblos alemán, francés y español, si se ponen una al lado de la otra, sus pastelerías tradicionales. De demostrarlo me encargaré en una próxima entrega, ya tengo casi completo el archivo fotográfico que lo respalda.



En el centro de Sevilla, la calle Sierpes ondula entre tiendas que venden abanicos y mantones, sombrererías, una fantástica iglesia cuyo altar hace comprender en una mirada el concepto del barroco español, los almacenes de ropa que están en cualquier otra ciudad de Europa, pronto del mundo, y culmina con una magnífica pastelería: La campana.






Fundada hace cientos de años, ofrece una refinada variedad de dulces tradicionales, de los que solo llegué a probar tres: una cremosa milhoja rellena de turrón -8000 calorías-, una lengua almendrada y los maravillosos polvorones, masas quebradizas y aireadas con perfume de clavo de olor. Me llamó la atención no solo de estos polvorones, sino de otros que compré en el convento de clausura de Santa Inés a una monjita oculta por un torno de madera, que saben un poco a carne.
Qué raro -pensé. Enseguida caí en cuenta de que están hechos con manteca de cerdo, no con mantequilla, gusto al que estoy más habituada. En un paisaje tan árido donde difícilmente crecen pasturas, no tiene caso criar vacas y es gracias a ello que se cuenta en la región, con quesos de cabra y de oveja, carne de cerdo y jamones de excelente calidad, además de una serie de preparaciones dulces en las que como materia grasa se emplean la grasa de cerdo y el aceite de olivas.

domingo, 31 de julio de 2011

Ahora si me gustan los tamales...



..antes, la verdad no tanto. Lo que pasa es que un tamal hecho en Alemania tiene capacidad teletransportadora y eso lo dota de un encanto irresistible. De hecho vine a aprender a hacer tamales aquí, en Mannheim, de la mano de un colombiana dulce y carismática, que adora inventar motivos para reunir a los latinos de la región.

 Los tamales son un plato que se come con gusto desde México hasta Argentina y que consiste de un relleno -cuya composición varía no solo de país a país, sino también entre regiones- envuelto en hojas -que pueden ser de maíz, platano, bijao entre otras muchas variantes- y se cocina al vapor.



Hace casi un mes nos reunimos con ella y un ecuatoriano sonriente para fabricar bajo su dirección, unos 30 tamales "tolimenses" que compartimos con un grupo de latinos dicharacheros y en la mayoría de los casos, sus consortes alemanes. Cada asistente se trajo consigo un pedacito culinario de su país, con lo que no solamente hubo tamales tolimenses, sino también:

Causa peruana - tentadoras y refrescantes bolitas de papa cocida, sazonada con ají amarillo y limón, rellenas con atún y acompañadas con una salsa picante.
Pastel de choclo chileno: una suave masa de granos de choclo rellena de carne molida y aceitunas, dorada al horno.
Pastel de quinua ecuatoriano: suave y nutritiva quinua cocida con verduras, crema, tomate y gratinada.
Mole de pollo, guacamole y arroz mexicano: el mole poblano es una salsa de sabor misterioso y exquisito, que consta de decenas de especias, chile y cacao molidos-: una combinación perfecta con la frescura del aguacate y el arroz blanco adornado con trocitos de zanahoria y alverjas.
Picadillo de carne y papa del Salvador: un plato con sabor a hogar que me recuerda los sabrosos calentaos que nos daba Teresita de Jesús, la mamá de una querida  amiga, para ayudarnos a recuperar fuerzas después de haber bailado la noche entera...
Este feliz encuentro de manjares y risas con sabor a nuestro continente,  me dejó con la certeza del amor profundo que siento por nuestra cultura latina y también, de que hacer dieta es un proyecto imposible para mi. Aunque como dije, esto pasó hace ya unas cuantas semanas, me retrasé en publicarlo por una razón en particular...

Hace rato que no escribía porque quiero mover a Paradisiaka de Blogger pues más de uno me ha dicho que no puede comentar ni hacerse seguidor del blog; ni siquiera yo puedo responder a los comentarios! Odio las mudanzas y por eso este asunto se me ha alargado, hoy es el último día de Julio y no quiero que quede otro mes sin al menos un post, porque tengo un montón de temas en fila de espera: Kaffee und Kuchen -la pasión alemana-, Festival de postres: III edición, Sabor a Berlín, Alsacia: la ruta del vino y las cigüeñas, en fin mucho por compartir...
 En todo caso es posible que en los próximos días me mude de servidor, así que les avisaré oportunamente.

Para seguir con los tamales, solo me resta decir que a lo largo de una semana me comí uno diario y cada día me supieron mejor. Es increible como estar lejos de casa nos puede acercar a nuestra identidad gustativa. Estando en Colombia nunca habría llegado a tomarme el trabajo de hacerlos, ni menos de almorzar todos los días durante una semana y al borde del éxtasis, un tamal tolimense con ají.
Ahora me queda el proyecto de preparar en Diciembre en Bogotá, los tamales boyacenses de mis abuelas, rellenos con todos los ingredientes crudos y no precocidos como en la receta que sigue y otra vez, cuando llegue el momento, tamales según la receta del norte de Argentina: de masa de mazorca, rellenos de un guiso sabroso de res y cocidos en hoja de maíz.


Les dejo la receta de Lili y les sugiero coordinar un equipo para prepararlos y covocar un grupo nutrido para disfrutarlos. Entre tres, necesitamos cinco horas ininterrumpidas de trabajo, durante las cuales también, nos contamos la vida.

Tamales tolimenses - hechos en Alemania

A diferencia de los tamales boyacenses, los tolimenses tienen arroz además de maíz y alverjas y se arman con los ingredientes ya precocidos. A diferencia de los tamales argentinos, cuya masa es de mazorca o choclo, la masa de éstos es de maíz amarillo. Las diferencias con los tamales de otros países de Latinoamérica no las conozco todavía, pero pronto me encargaré de averiguarlas...

Ingredientes:


Procedimiento:

 Cocinar la harina de maíz, usamos un kilo, en bastante caldo, nosotros usamos caldo instantáneo de verduras.



Alguno se ocupa de cocinar la harina, revolviendo constantemente, hasta que espesa y sabe a masa cocida. Mientras tanto otro va cocinando un poco las alverjas y si se usan garbanzos crudos, también se cocinan.
 De hecho, mientras tanto también otro se ocupa de cocinar el arroz, los huevos y las zanahorias...también de hacer un sofrito con tomate, cebollas y ajos, para sazonar los tamales al armarlos.
     

... alguien más se ocupa de sazonar las carnes.
              
Alguien mezcla luego la masa de maíz, el arroz cocido, las alverjas y los garbanzos. Se prueba la sazón, debe quedar subidita de sal.

Se cortan los huevos y las zanahorias en tajaditas.

Quién vaya quedando libre va limpiando las hojas de plátano y se cortándolas en cuadrados, mientras otro sella las carnes en una sartén.


Por fin! se alistan todos los ingredientes ya precocidos, las hojas y pita o cabuya para atar los tamales.



Ya listos para empezar a armarlos, alguno va pasando las hojas por el fogón, para que se ablanden y así poderlas doblar sin que se quiebren.
Alguien comienza a armar los tamales así: se sobreponen dos hojas teniendo cuidado de que las nervaduras queden al través, es decir, que no coincidan en orientación. Se pone un montoncito de masa, luego un trocito de cada carne, una tajada de huevo y otra de zanahoria y una cucharadita del sofrito.
Se hace un paquete doblando la primera hoja con cuidado de no quebrarla
 

          

 ... luego se dobla la otra hoja encima, procurando sellar lo mejor posible el tamal.



Se ata cada tamal con una pita...

  
    

En el fondo de una olla se pone una rejilla o según el recuerdo de mi mamá, tusas de mazorca, para evitar que los tamales se quemen, se vierte un poco de agua y encima se ponen los tamales. Se cocinan aproximadamente una hora, cuidando que no se seque el agua del fondo.



Se reparten, se comparten, se saborean...



jueves, 26 de mayo de 2011

Paris, je t´aime!

Volver a Paris es siempre un descubrimiento. Multitudes, caras de todos los colores, todos los idiomas atestando el metro, mirar hacia arriba y asombrarse con la arquitectura aparentemente aburrida y uniforme, pero en realidad armoniosa y llena de detalles adorables. La belleza de todas las cosas que hacen del contemplar un acto de placer.


Abrazar a mi hermana de nuevo y darme cuenta de que me gustaría hacerlo más a menudo, preguntarme en qué momento mi vida tomó el rumbo que me condujo hasta este punto. Agradecer poder ser espectadora de tanta belleza y opulencia, anhelar a la vez, vivir en un mundo más simple, ignorante de todas estas vanidades.
Como dice una vieja amiga con la que nos reencontramos después de varios años de no vernos: Paris es como una traga maluca, uno de esos amores difíciles. Difícil de dejar, imposible de olvidar, también algo despiadada, dura, muchas veces de puertas cerradas, incluso cruel. Pero a la vez coqueta y prometedora, dejándose descubrir de a poco, a veces accediendo, a veces cediendo, ilusionando, atrapando...

Esta vez me fue imposible concentrarme en un tema, hay tanta seducción en cada rincón que cuesta mantener el objetivo. Me dejé llevar por los aromas, los paisajes, los sabores. No tengo ni idea de que voy a escribir, ni en qué orden, se trata simplemente del relato de una semana en Paris y una receta de mi amiga.

Todo empezó el sábado al mediodía: tres horas en tren y estamos en la Gare de l´Est. Aunque no lo esperaba, aparece mi hermana y nos abrazamos con lágrimas en los ojos -en los míos, ¿estaré envejeciendo? se ve tan linda como siempre. Después de dejar la maletas, comenzamos nuestra peregrinación por las calles de Paris. Descubrimos que en el último piso del instituto del mundo árabe hay una terraza con vistas magníficas de la ciudad, qué increible, desde cualquier ángulo solo vemos cosas bellas.
 
El camino nos conduce hasta una Fromagerie, de tantas que hay en la ciudad. Esta parece muy elegante, me lleno de curiosidad y de ganas de probar quesos. Nos llevamos una bandejita con nueve quesos diferentes y un trozo de queso camembert de cabra relleno de higos. La empleada nos hizo un dibujito para que no olvidáramos el nombre de cada queso.  

Deambulamos algunas horas más por las calles y visitamos la Gran galeria de la evolución, museo que exhibe ejemplares de todas las especies animales vivientes y extintas.

El agotamiento no nos dejó recorrer el museo exhaustivamente, pero me quedaron clavadas en el alma las imágenes de los especímenes embalsamados de leones de la China, tigre de Java, del celacanto, entre otros tantos animales de especies recientemente desaparecidas, que dan cuenta de la destrucción que hemos provocado los humanos para fabricarnos un mundo a nuestra medida.
 
Muertos de hambre nos fuimos para la casa a hacer nuestro ejercicio de degustación de quesos...
Veredicto: el ganador fue el Beaufort, un queso suave, firme pero cremoso y ligeramente dulce. En segundo lugar quedó el Comté frutado de 23 meses de maduración, sabe a vaca, es firme pero semicremoso, dulce, con pequeños cristales, delicioso. No llegamos a un acuerdo acerca del tercer lugar; a mi me encantó el Camembert de leche de cabra relleno de higos, cremoso, ligero, dulce, sabe a leche y caramelo, sabe a flan.


A mi hermana le gustó el Tonmé de Brebis, queso de leche de oveja, salado, muy seco para mi gusto. A mi esposo le gustó el Parmesano, de cristales dulces, firme, seco. El perdedor fué: Roncier de cabra, con olor a tierra, sabor rancio, consistencia gomosa, espantoso. En el medio quedaron el Gouda de 24 meses, que se derrite en la boca como si fuera un trozo de jabón, no es cremoso, tiene cristales y un sabor intenso pero suave, algo dulce. La terrina de Gouda nuevo con pistachos y uvas pasas es como un postre, suave, blanda, exquisita, un postre. El Tomme de Brebin au piment d´espelelt tiene un sabor suave, a leche y un poquito picante. El Irish perter, tiene aspecto de queso de cabeza, muy cremoso, sabe a cognac, algo salado.
Después de tanto queso, vino y pan quedamos listos. Valió la pena la degustación y ya sabemos qué quesos pedir a la próxima...


Esa misma noche comencé a leer "Travesuras de la niña mala" de Vargas Llosa, una historia que en buena parte transcurre en las calles de Paris. Devoré las casi 400 páginas a la par que iba recorriendo las mismas calles que la niña mala y el niño bueno de la historia, reconociendo sus nombres, imaginándo la ciudad en las epocas en que transcurre la historia.

Amaneció el domingo y aprovechando la fiebre patinadora de mi hermana y su amiga chilena - y que el nerd de mi esposo se fué a tomar clases de francés- nos fuimos a hacer deporte. Mientras ellas luchaban por mantener el equilibrio arriba de sus patines, yo corría, y me sentía muy afortunada de estar ahí. Simplemente eso, agradecida y algo aliviada - por creer darle algún destino a las dosmilquinientas calorías en quesos de la noche anterior.



 
La tarde sin embargo, me deparaba un Café gourmandise: disponible en cualquier café de Paris, consta de una tacita de café -negro o noissette, es decir con un chorrito de leche- y una selección de pequeños placeres dulces. Esta vez: un financiero de pistacho y albaricoque, uno de chocolate y naranja, un macarron de sésamo y pistacho y otro de pistacho y membrillo, un vasito de mousse de chocolate. Exquisito.


Una siesta y después a la estrechísima Rue de l´ancienne comédie en el corazón de St. Germain-des-Prés para cenar. Le Procope, restaurante fundado en 1686, sirve platos clásicos de la cocina francesa, en porciones abundantes y a buenos precios. Lo mejor sin embargo es su ambiente palaciego: cortinas de raso, espejos de marco dorado, lámparas de cristal, frisos ricamente ornamentados. Lo peor: la cara hostil del mesero. El balance: positivo, podríamos volver.




Lunes: Una mañana de crujientes calorías y de reencuentro con mi querida vieja amiga. Una mujer increible: por su edad cronológica podría ser mi madre, pero su espíritu y su figura juvenil me hace sentir mayor que ella. Una artista, enamorada de Paris que vive en un diminuto monoambiente con una sola ventana, por la que se ven a un lado, la torre Eiffel y al otro, el Grand Palais. Me sentí como Rémy, el ratón chef de Ratatouille cuando se asoma por primera vez por la ventana de la "chambre" de Linguini, su amigo humano.

 Al medio día almuerzo en Lipp, brasserie frecuentada desde siempre por personalidades del mundo entero. Mozos de librea y corbatín, una carta clásica, servicio extrarápido y porciones generosas a precios razonables. Nos atendió un francés en español perfecto, con acento colombiano, que tiene hija, ex-mujer y novia caleña. Reconoció que la pasa mejor en Cali, aunque no haya nada en que trabajar. Nos decidimos por un clásico ratatouille y pierna de cerdo con lentejas; quedé todo el día con sabor de ajo en la boca. Luego, recorrer la ciudad con mi hermana, embriagarnos de zapatos pasando por todas las tiendas que pudimos en dos horas y media, reir y reir.
Por la noche tomamos vino y nos reimos mucho más, tomamos fotos con mi hermana y su querida compañera de piso. Llegamos a la conclusión de que entre las tres, juntamos como doscientos metros de pelo suelto.





Martes: el tiempo se nos pasó sin darnos cuenta. Tomamos muchos trenes para llegar al parc de la Villete -para mi, el parque Villeta ;)- enorme con vistas preciosas sobre la ciudad, en una zona donde la ciudad parece más real, menos chic.



Por la tarde, intentamos probar el legendario "Mont blanc" postre que da fama a Chez Angelina, salón de té cerca del monumento a Juana de Arco, con tan mala suerte que no quedaba ni uno. Nos fuimos decepcionados. No recuerdo nada más... solo que caminamos y caminamos.



Miércoles: tomamos el tren rumbo a Versalles. Clima de verano, multitudes de turistas. Bueno de nuevo -como diría mi abuelita- que en paz descanse, cualquier exageración es poca si se trata de describir al palacio, hogar de la monarquía francesa en su época de mayor esplendor: es mejor ver las películas que hay sobre la vida de la corte antes del episodio de la guillotina. Ni siquiera intentaré describirlo.


En este punto mis recuerdos son solo algunas hojas sueltas, sin fecha de registro...


En la baranda de uno de los puentes que comunican la isla donde está la catedral de Notre dame con la rivera del Sena, los enamorados venidos de todos los rincones del mundo sellan sus promesas asegurando un candado con sus nombres escritos en cintas de colores.

(Esta foto, así como la mayoría de fotos de paisaje y arquitectura, fueron tomadas por Ulrich Katholing)


Los últimos días volaron a pesar de nuestros esfuerzos por detenener el tiempo. Caminamos sin parar, hasta que los pies ya no nos respondieron más. Una sucesión de pequeños espectáculos gratuitos hicieron que cada minuto valiera la pena.... el pedagógico conejo rosado vestido de amarillo de las puertas del metro, el juego de luces de la torre Eiffel a la media noche y las caras de los transeúntes que lo observan y se emocionan, los chicos patinadores aprovechando el metro vacío para experimentar con las leyes de la aceleración y la inercia...


                   


 
Una mañana de cielo intensamente azul en el jardín de plantas, las ranas de los pequeños estanques tomando el sol a pesar de los niños que intentaban molestarlas.
Las amapolas rojas pintando cuadros impresionistas en nuestra presencia.
El misticismo y la calma que emanan de los canales y las arcadas decoradas con mosaicos y palabras sabias del corán, en la mezquita que se encuentra cruzando la calle, al frente del jardín de plantas.




Recorrer las vitrinas del pasaje Jouffroy, uno de los casi veinte pasajes comerciales sobrevivientes de los que se construyeron en París a partir de fines del siglo XVIII, que exhiben antigüedades, estampillas, miniaturas y objetos curiosos.
Hacer una escala en el salón de té "Le Valentín" para tomar un café, un eclair de chocolate y una tarta de almendras y frambuesa.





Tomar fotos de carteles que se vuelven normales para quienes viven en París y para mi son obras de arte al servicio de la propaganda.
Saborear los exquisitos pimientos conservados en aceite, condimentados con ajos y albahaca que preparó mi querida amiga pensando en mi: un honor...
Abrazar a mi hermana para despedirme, subir al tren y tres horas más tarde subir cuatro pisos con las maletas. Llegar con ganas de volver y de reproducir la receta de los pimientos deliciosos que me hacen volver un poquito a Paris. 

Pimientos parisinos - los acabo de bautizar así

Una receta fácil, sana, portátil - y sobre todo exquisita. Arriba de un buen pan, en compañía de un vino sabroso y amigos, un deleite ¡En serio no se la pierdan! 


Ingredientes

3  pimientos de colores
2  dientes de ajo
   aceite de oliva
   vinagre
   hojas de albahaca
     sal y azúcar





Primero se hornean los pimientos unos 20 minutos a 180°C o hasta que se vean un poco dorados, con la piel arrugada.



Se retiran del horno y se dejan enfriar, mi amiga los pone en una bolsa para que suden y así se les pueda sacar más fácil la piel. Se pelan y se les retiran las semillas. Se cortan en tiritas.

Se pringa un frasco de vidrio y se seca con un paño limpio, allí se vierte una mezcla hecha con partes iguales de aceite de olivas  y vinagre -preferiblemente balsámico blanco- hasta llenar con ella una tercera parte del frasco. 

Luego se machacan completamente los dientes de ajo con la sal, se agregan al frasco junto con la albahaca y el azúcar -al gusto. Se mezcla.






Enseguida se acomodan los pimientos intercalándolos con capas de hojitas de albahaca.

Se tapa el frasco y se conserva en la nevera al menos una semana, para que los sabores se amiguen = se hagan amigos.








Se llevan a casa de amigos para sorprender, se disfrutan....




Vista desde la esquinita preferida de mi hermana en la Ile Saint- Louis.