Volver a Paris es siempre un descubrimiento. Multitudes, caras de todos los colores, todos los idiomas atestando el metro, mirar hacia arriba y asombrarse con la arquitectura aparentemente aburrida y uniforme, pero en realidad armoniosa y llena de detalles adorables. La belleza de todas las cosas que hacen del contemplar un acto de placer.
Abrazar a mi hermana de nuevo y darme cuenta de que me gustaría hacerlo más a menudo, preguntarme en qué momento mi vida tomó el rumbo que me condujo hasta este punto. Agradecer poder ser espectadora de tanta belleza y opulencia, anhelar a la vez, vivir en un mundo más simple, ignorante de todas estas vanidades.
Como dice una vieja amiga con la que nos reencontramos después de varios años de no vernos: Paris es como una traga maluca, uno de esos amores difíciles. Difícil de dejar, imposible de olvidar, también algo despiadada, dura, muchas veces de puertas cerradas, incluso cruel. Pero a la vez coqueta y prometedora, dejándose descubrir de a poco, a veces accediendo, a veces cediendo, ilusionando, atrapando...
Esta vez me fue imposible concentrarme en un tema, hay tanta seducción en cada rincón que cuesta mantener el objetivo. Me dejé llevar por los aromas, los paisajes, los sabores. No tengo ni idea de que voy a escribir, ni en qué orden, se trata simplemente del relato de una semana en Paris y una receta de mi amiga.
Todo empezó el sábado al mediodía: tres horas en tren y estamos en la Gare de l´Est. Aunque no lo esperaba, aparece mi hermana y nos abrazamos con lágrimas en los ojos -en los míos, ¿estaré envejeciendo? se ve tan linda como siempre. Después de dejar la maletas, comenzamos nuestra peregrinación por las calles de Paris. Descubrimos que en el último piso del instituto del mundo árabe hay una terraza con vistas magníficas de la ciudad, qué increible, desde cualquier ángulo solo vemos cosas bellas.
El camino nos conduce hasta una Fromagerie, de tantas que hay en la ciudad. Esta parece muy elegante, me lleno de curiosidad y de ganas de probar quesos. Nos llevamos una bandejita con nueve quesos diferentes y un trozo de queso camembert de cabra relleno de higos. La empleada nos hizo un dibujito para que no olvidáramos el nombre de cada queso.
Deambulamos algunas horas más por las calles y visitamos la Gran galeria de la evolución, museo que exhibe ejemplares de todas las especies animales vivientes y extintas.
El agotamiento no nos dejó recorrer el museo exhaustivamente, pero me quedaron clavadas en el alma las imágenes de los especímenes embalsamados de leones de la China, tigre de Java, del celacanto, entre otros tantos animales de especies recientemente desaparecidas, que dan cuenta de la destrucción que hemos provocado los humanos para fabricarnos un mundo a nuestra medida.
Deambulamos algunas horas más por las calles y visitamos la Gran galeria de la evolución, museo que exhibe ejemplares de todas las especies animales vivientes y extintas.
El agotamiento no nos dejó recorrer el museo exhaustivamente, pero me quedaron clavadas en el alma las imágenes de los especímenes embalsamados de leones de la China, tigre de Java, del celacanto, entre otros tantos animales de especies recientemente desaparecidas, que dan cuenta de la destrucción que hemos provocado los humanos para fabricarnos un mundo a nuestra medida.
Muertos de hambre nos fuimos para la casa a hacer nuestro ejercicio de degustación de quesos...
Veredicto: el ganador fue el Beaufort, un queso suave, firme pero cremoso y ligeramente dulce. En segundo lugar quedó el Comté frutado de 23 meses de maduración, sabe a vaca, es firme pero semicremoso, dulce, con pequeños cristales, delicioso. No llegamos a un acuerdo acerca del tercer lugar; a mi me encantó el Camembert de leche de cabra relleno de higos, cremoso, ligero, dulce, sabe a leche y caramelo, sabe a flan.
A mi hermana le gustó el Tonmé de Brebis, queso de leche de oveja, salado, muy seco para mi gusto. A mi esposo le gustó el Parmesano, de cristales dulces, firme, seco. El perdedor fué: Roncier de cabra, con olor a tierra, sabor rancio, consistencia gomosa, espantoso. En el medio quedaron el Gouda de 24 meses, que se derrite en la boca como si fuera un trozo de jabón, no es cremoso, tiene cristales y un sabor intenso pero suave, algo dulce. La terrina de Gouda nuevo con pistachos y uvas pasas es como un postre, suave, blanda, exquisita, un postre. El Tomme de Brebin au piment d´espelelt tiene un sabor suave, a leche y un poquito picante. El Irish perter, tiene aspecto de queso de cabeza, muy cremoso, sabe a cognac, algo salado.
Veredicto: el ganador fue el Beaufort, un queso suave, firme pero cremoso y ligeramente dulce. En segundo lugar quedó el Comté frutado de 23 meses de maduración, sabe a vaca, es firme pero semicremoso, dulce, con pequeños cristales, delicioso. No llegamos a un acuerdo acerca del tercer lugar; a mi me encantó el Camembert de leche de cabra relleno de higos, cremoso, ligero, dulce, sabe a leche y caramelo, sabe a flan.
A mi hermana le gustó el Tonmé de Brebis, queso de leche de oveja, salado, muy seco para mi gusto. A mi esposo le gustó el Parmesano, de cristales dulces, firme, seco. El perdedor fué: Roncier de cabra, con olor a tierra, sabor rancio, consistencia gomosa, espantoso. En el medio quedaron el Gouda de 24 meses, que se derrite en la boca como si fuera un trozo de jabón, no es cremoso, tiene cristales y un sabor intenso pero suave, algo dulce. La terrina de Gouda nuevo con pistachos y uvas pasas es como un postre, suave, blanda, exquisita, un postre. El Tomme de Brebin au piment d´espelelt tiene un sabor suave, a leche y un poquito picante. El Irish perter, tiene aspecto de queso de cabeza, muy cremoso, sabe a cognac, algo salado.
Después de tanto queso, vino y pan quedamos listos. Valió la pena la degustación y ya sabemos qué quesos pedir a la próxima...
Esa misma noche comencé a leer "Travesuras de la niña mala" de Vargas Llosa, una historia que en buena parte transcurre en las calles de Paris. Devoré las casi 400 páginas a la par que iba recorriendo las mismas calles que la niña mala y el niño bueno de la historia, reconociendo sus nombres, imaginándo la ciudad en las epocas en que transcurre la historia.
Amaneció el domingo y aprovechando la fiebre patinadora de mi hermana y su amiga chilena - y que el nerd de mi esposo se fué a tomar clases de francés- nos fuimos a hacer deporte. Mientras ellas luchaban por mantener el equilibrio arriba de sus patines, yo corría, y me sentía muy afortunada de estar ahí. Simplemente eso, agradecida y algo aliviada - por creer darle algún destino a las dosmilquinientas calorías en quesos de la noche anterior.
La tarde sin embargo, me deparaba un Café gourmandise: disponible en cualquier café de Paris, consta de una tacita de café -negro o noissette, es decir con un chorrito de leche- y una selección de pequeños placeres dulces. Esta vez: un financiero de pistacho y albaricoque, uno de chocolate y naranja, un macarron de sésamo y pistacho y otro de pistacho y membrillo, un vasito de mousse de chocolate. Exquisito.
Una siesta y después a la estrechísima Rue de l´ancienne comédie en el corazón de St. Germain-des-Prés para cenar. Le Procope, restaurante fundado en 1686, sirve platos clásicos de la cocina francesa, en porciones abundantes y a buenos precios. Lo mejor sin embargo es su ambiente palaciego: cortinas de raso, espejos de marco dorado, lámparas de cristal, frisos ricamente ornamentados. Lo peor: la cara hostil del mesero. El balance: positivo, podríamos volver.
Lunes: Una mañana de crujientes calorías y de reencuentro con mi querida vieja amiga. Una mujer increible: por su edad cronológica podría ser mi madre, pero su espíritu y su figura juvenil me hace sentir mayor que ella. Una artista, enamorada de Paris que vive en un diminuto monoambiente con una sola ventana, por la que se ven a un lado, la torre Eiffel y al otro, el Grand Palais. Me sentí como Rémy, el ratón chef de Ratatouille cuando se asoma por primera vez por la ventana de la "chambre" de Linguini, su amigo humano.
Al medio día almuerzo en Lipp, brasserie frecuentada desde siempre por personalidades del mundo entero. Mozos de librea y corbatín, una carta clásica, servicio extrarápido y porciones generosas a precios razonables. Nos atendió un francés en español perfecto, con acento colombiano, que tiene hija, ex-mujer y novia caleña. Reconoció que la pasa mejor en Cali, aunque no haya nada en que trabajar. Nos decidimos por un clásico ratatouille y pierna de cerdo con lentejas; quedé todo el día con sabor de ajo en la boca. Luego, recorrer la ciudad con mi hermana, embriagarnos de zapatos pasando por todas las tiendas que pudimos en dos horas y media, reir y reir.
Al medio día almuerzo en Lipp, brasserie frecuentada desde siempre por personalidades del mundo entero. Mozos de librea y corbatín, una carta clásica, servicio extrarápido y porciones generosas a precios razonables. Nos atendió un francés en español perfecto, con acento colombiano, que tiene hija, ex-mujer y novia caleña. Reconoció que la pasa mejor en Cali, aunque no haya nada en que trabajar. Nos decidimos por un clásico ratatouille y pierna de cerdo con lentejas; quedé todo el día con sabor de ajo en la boca. Luego, recorrer la ciudad con mi hermana, embriagarnos de zapatos pasando por todas las tiendas que pudimos en dos horas y media, reir y reir.
Por la noche tomamos vino y nos reimos mucho más, tomamos fotos con mi hermana y su querida compañera de piso. Llegamos a la conclusión de que entre las tres, juntamos como doscientos metros de pelo suelto.
Martes: el tiempo se nos pasó sin darnos cuenta. Tomamos muchos trenes para llegar al parc de la Villete -para mi, el parque Villeta ;)- enorme con vistas preciosas sobre la ciudad, en una zona donde la ciudad parece más real, menos chic.
Por la tarde, intentamos probar el legendario "Mont blanc" postre que da fama a Chez Angelina, salón de té cerca del monumento a Juana de Arco, con tan mala suerte que no quedaba ni uno. Nos fuimos decepcionados. No recuerdo nada más... solo que caminamos y caminamos.
Miércoles: tomamos el tren rumbo a Versalles. Clima de verano, multitudes de turistas. Bueno de nuevo -como diría mi abuelita- que en paz descanse, cualquier exageración es poca si se trata de describir al palacio, hogar de la monarquía francesa en su época de mayor esplendor: es mejor ver las películas que hay sobre la vida de la corte antes del episodio de la guillotina. Ni siquiera intentaré describirlo.
En este punto mis recuerdos son solo algunas hojas sueltas, sin fecha de registro...
En la baranda de uno de los puentes que comunican la isla donde está la catedral de Notre dame con la rivera del Sena, los enamorados venidos de todos los rincones del mundo sellan sus promesas asegurando un candado con sus nombres escritos en cintas de colores.
(Esta foto, así como la mayoría de fotos de paisaje y arquitectura, fueron tomadas por Ulrich Katholing)
Los últimos días volaron a pesar de nuestros esfuerzos por detenener el tiempo. Caminamos sin parar, hasta que los pies ya no nos respondieron más. Una sucesión de pequeños espectáculos gratuitos hicieron que cada minuto valiera la pena.... el pedagógico conejo rosado vestido de amarillo de las puertas del metro, el juego de luces de la torre Eiffel a la media noche y las caras de los transeúntes que lo observan y se emocionan, los chicos patinadores aprovechando el metro vacío para experimentar con las leyes de la aceleración y la inercia...
Una mañana de cielo intensamente azul en el jardín de plantas, las ranas de los pequeños estanques tomando el sol a pesar de los niños que intentaban molestarlas.
Las amapolas rojas pintando cuadros impresionistas en nuestra presencia.
El misticismo y la calma que emanan de los canales y las arcadas decoradas con mosaicos y palabras sabias del corán, en la mezquita que se encuentra cruzando la calle, al frente del jardín de plantas.
Recorrer las vitrinas del pasaje Jouffroy, uno de los casi veinte pasajes comerciales sobrevivientes de los que se construyeron en París a partir de fines del siglo XVIII, que exhiben antigüedades, estampillas, miniaturas y objetos curiosos.
Hacer una escala en el salón de té "Le Valentín" para tomar un café, un eclair de chocolate y una tarta de almendras y frambuesa.
Tomar fotos de carteles que se vuelven normales para quienes viven en París y para mi son obras de arte al servicio de la propaganda.
Saborear los exquisitos pimientos conservados en aceite, condimentados con ajos y albahaca que preparó mi querida amiga pensando en mi: un honor...
Abrazar a mi hermana para despedirme, subir al tren y tres horas más tarde subir cuatro pisos con las maletas. Llegar con ganas de volver y de reproducir la receta de los pimientos deliciosos que me hacen volver un poquito a Paris.
Una receta fácil, sana, portátil - y sobre todo exquisita. Arriba de un buen pan, en compañía de un vino sabroso y amigos, un deleite ¡En serio no se la pierdan!
Ingredientes
3 pimientos de colores
2 dientes de ajo
aceite de oliva
vinagre
hojas de albahaca
sal y azúcar
Primero se hornean los pimientos unos 20 minutos a 180°C o hasta que se vean un poco dorados, con la piel arrugada.
Se retiran del horno y se dejan enfriar, mi amiga los pone en una bolsa para que suden y así se les pueda sacar más fácil la piel. Se pelan y se les retiran las semillas. Se cortan en tiritas.
Se pringa un frasco de vidrio y se seca con un paño limpio, allí se vierte una mezcla hecha con partes iguales de aceite de olivas y vinagre -preferiblemente balsámico blanco- hasta llenar con ella una tercera parte del frasco.
Luego se machacan completamente los dientes de ajo con la sal, se agregan al frasco junto con la albahaca y el azúcar -al gusto. Se mezcla.
Enseguida se acomodan los pimientos intercalándolos con capas de hojitas de albahaca.
Se tapa el frasco y se conserva en la nevera al menos una semana, para que los sabores se amiguen = se hagan amigos.
Se llevan a casa de amigos para sorprender, se disfrutan....
Las amapolas rojas pintando cuadros impresionistas en nuestra presencia.
El misticismo y la calma que emanan de los canales y las arcadas decoradas con mosaicos y palabras sabias del corán, en la mezquita que se encuentra cruzando la calle, al frente del jardín de plantas.
Recorrer las vitrinas del pasaje Jouffroy, uno de los casi veinte pasajes comerciales sobrevivientes de los que se construyeron en París a partir de fines del siglo XVIII, que exhiben antigüedades, estampillas, miniaturas y objetos curiosos.
Hacer una escala en el salón de té "Le Valentín" para tomar un café, un eclair de chocolate y una tarta de almendras y frambuesa.
Tomar fotos de carteles que se vuelven normales para quienes viven en París y para mi son obras de arte al servicio de la propaganda.
Saborear los exquisitos pimientos conservados en aceite, condimentados con ajos y albahaca que preparó mi querida amiga pensando en mi: un honor...
Abrazar a mi hermana para despedirme, subir al tren y tres horas más tarde subir cuatro pisos con las maletas. Llegar con ganas de volver y de reproducir la receta de los pimientos deliciosos que me hacen volver un poquito a Paris.
Pimientos parisinos - los acabo de bautizar así
Una receta fácil, sana, portátil - y sobre todo exquisita. Arriba de un buen pan, en compañía de un vino sabroso y amigos, un deleite ¡En serio no se la pierdan!
Ingredientes
3 pimientos de colores
2 dientes de ajo
aceite de oliva
vinagre
hojas de albahaca
sal y azúcar
Primero se hornean los pimientos unos 20 minutos a 180°C o hasta que se vean un poco dorados, con la piel arrugada.
Se retiran del horno y se dejan enfriar, mi amiga los pone en una bolsa para que suden y así se les pueda sacar más fácil la piel. Se pelan y se les retiran las semillas. Se cortan en tiritas.
Se pringa un frasco de vidrio y se seca con un paño limpio, allí se vierte una mezcla hecha con partes iguales de aceite de olivas y vinagre -preferiblemente balsámico blanco- hasta llenar con ella una tercera parte del frasco.
Luego se machacan completamente los dientes de ajo con la sal, se agregan al frasco junto con la albahaca y el azúcar -al gusto. Se mezcla.
Enseguida se acomodan los pimientos intercalándolos con capas de hojitas de albahaca.
Se tapa el frasco y se conserva en la nevera al menos una semana, para que los sabores se amiguen = se hagan amigos.
Se llevan a casa de amigos para sorprender, se disfrutan....
Vista desde la esquinita preferida de mi hermana en la Ile Saint- Louis. |
que lindas photos! y textos!!! contestame para ver si ahora funciona una cosa de avisame de novedades en tu blog ... y pronto volvemos a paris ... olala
ResponderEliminarLas fotos!! 16 son tuyas y 22 son mias... gracias por ayudarme a darle una dimensión arquitectónica al blog ;)
ResponderEliminarMuy pronto volveremos a Paris oh lalala!!!
me encantan las fotos, me encanta lo que escribes, me encantan las recetas y te quiero mucho a ti!!!!
ResponderEliminarPrimo: muy bacanas las fotos y los textos. Intentaré los pimientos, se ven deliciosos. Un abrazo desde Bogotá. Saludos a Olga. Un abrazo a ambas
ResponderEliminarAlles sehr lecker!
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